16 dic 2014

Una ocasión dorada

Relato participante en la escena 21 del Taller de Literautas.

Condiciones de la escena:
-Frase inicial: "Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro"

UNA OCASIÓN DORADA

“Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro”. Aquella frase encabezaba los periódicos de El Diario de la Nación, que a primera hora de la mañana, y a pesar de la represión policial, ya había agotado su tirada. Por primera vez en cuarenta años la gente salía de casa sin miedo a mostrar su oposición al régimen. El dictador había muerto, y las lágrimas que siempre habían bañado las calles de Santa Asunción, eran por fin de felicidad.

—¡Padre! ¿Qué has hecho?
—¿Qué quieres decir? —preguntó como si nada el viejo Don Santana, sentado felizmente en la butaca de su despacho.
—La portada del periódico, ¿cómo has podido permitir algo así?
—¿Cómo no hacerlo? Llevaba desde que tenía tu edad soñando con este día.
—Ya lo sé padre, lo sé... Pero por mucho que Gómez haya muerto el régimen sigue en pie.

Don Santana podía entender la preocupación de su hijo, al fin y al cabo, era demasiado joven para comprender la trascendencia que tenía aquello. Él solo veía las posibles represalias.

—Es cierto que la muerte de Gómez no es el fin de su dictadura —concedió Don Santana—. Por eso mismo es nuestra obligación alentar al pueblo para que se levante. Esta es la ocasión para ponerle fin.
—¡A la mierda el pueblo! El ejército está empezando a disolver todas las celebraciones, ¿qué crees que harán contigo?
—¿Ya han comenzado los enfrentamientos? —esquivó la pregunta de su hijo.
—Según dicen primero cargaron contra las celebraciones frente al palacio presidencial…
—¡Palacio dictatorial, querrás decir! —le interrumpió.
—¿Qué más da ahora? ¡Están matando a la gente en plena calle!
—¡Llevan décadas matando a la gente! Pero ya no son asesinatos como el de tu hermano, sino una lucha. Deberías estar contento.
—Y lo estaba, hasta que vi tu desafío en todos los kioscos de la isla.

Don Santana se levantó lentamente y comenzó a servir dos copas de su mejor ron. Quería asegurarse de que su hijo comprendiera bien lo que tenía que decirle, y para ello necesitaba algo de combustible.

—Hablas de desafío, hijo… Pero tienes que aprender a ver más allá. He pasado cuarenta años midiendo con regla que publicaba y que no, hilando fino para no enfurecer a quien no debía. En ocasiones trataba de colar pequeñas muestras de mi auténtico parecer, y eso acabó costándole la vida a tu hermano, es cierto. Pero esas pequeñas muestras, y en especial el asesinato de tu hermano, me dieron también el apoyo del pueblo, consciente de mi rechazo a Gómez.
—¿Y qué?
—Pues que ahora Gómez está muerto. No tiene descendencia y su hermano es un patán. Ya no son tan fuertes y la gente lo sabe. Por eso estoy convencido de la victoria de esta revolución.
—¿Y esperas tener el favor del gobierno que se acabe instaurando?
—Lo que espero es ser la cara visible de la revolución, hijo. Nuestros hombres están amedrentando a comerciantes y familias haciéndose pasar por policías mientras hago saber que en la imprenta repartimos comida y ofrecemos cobijo a quien lo necesite. Durante todos estos años tener el poder de la prensa de Santa Asunción no ha servido de nada, pero ahora —hizo una pausa para admirar el ejemplar de periódico que reposaba sobre su escritorio—… Haré que me vean como el estandarte del pueblo. Un santasunciano comprometido con su gente y su país, sin miedo a nada. Tener el favor del gobierno, ¿dices? ¡Yo seré el gobierno!

El joven Santana no daba crédito a lo que oía. Siempre habían sido una familia de segunda entre la mafia de la isla. Todo aquello sonaba demasiado ambicioso en su cabeza.

—Pero padre, las otras familias no nos lo permitirán. Los Pelayo, Salazar, Espinosa…
—Aún no lo entiendes. Durante estos días el régimen estará demasiado ocupado tratando de contener una revolución. No tendrán tiempo de controlar las publicaciones; es nuestro momento para hacer creer a la gente lo que queramos. Con ese titular que tanto te preocupa hemos conseguido que nos vean como un medio sin temor a decir la verdad, a decir lo que todos piensan. Podemos volver a la gente contra las demás familias y nadie se parará a dudar de nuestra palabra : vincularlas a Gómez, acusarlas de proporcionar fondos y armas al régimen… Ni siquiera necesitaremos usar a nuestros hombres en esa lucha una vez el pueblo los considere sus enemigos. Pagarán caro haber menospreciado el poder de la tinta, ¡haberme menospreciado a mí!

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